Teatro Fantasma


Todos somos fantasmas decía Steven mientras caminábamos por la carretera y el sol comenzaba a aparecer enfrente de nosotros. El viento sonaba a soledad y las nubes que se movían en sincronía con mi mirada me hacían pensar en días mejores. Los pasos que dábamos podían sentirse en mis oídos como si estuvieran vivos y los edificios plagados de un tenor a sombrío eran de a poco bañados con la luz del día que se acercaba a nosotros. ¿Que mas puedo hacer?, sino caminar y seguir a Steven que se adelanta vigilando que todo este en calma, mientras saco de mi mochila un reproductor de música que encontré abandonado a los pies de un árbol días atrás.

Solo somos fantasmas decía Steven el día que me encontró temblando escondida debajo de un auto en estado de shock por lo que había pasado. Sus ojos se iluminaron de un color rojizo con la luz de la luna que bordeaba la locura de aquella noche donde todo sucedió. Se agacho cuando seguramente me escucho llorar, bajo su cabeza y de rodillas tendió su mano hacia mí, me saco, me dio agua y comida, y así encontré en él cierta compañía desde entonces. 

Ahora que veo su espalda mientras camina delante de mí, su sombra proyectada en el pavimento me recuerda a esa oscuridad, el vacio que surgió de las entrañas del mundo para devorarnos a todos, aunque esa oscuridad provino de nosotros, como una gran boca que solo quería comerse a sí misma y en el medio nos encontrábamos nosotros, toda la humanidad.

Jamás olvidare cuando corrí hacia el teatro de la calle Helmett entre los gritos y silencios que la noche producía, mientras las personas simplemente desaparecían. Recuerdo aquella silueta escondida entre la oscuridad del viejo teatro, un hombre alto que se encontraba sentado en la última fila cerca de la entrada, vestía un traje negro, antiguo y gastado. Cuando me acerque para pedirle ayuda, solo se levanto camino hacia mí y mirándome fijamente me invito a pasar. Mientras me hablaba, algo extraño sucedió, pensé que era solo un mal sueño y que debía despertar, pero no, era todo real. De su cabeza poco a poco comenzó a hacerse visible una gran línea, tenue al principio pero después de unos instantes se hizo más notoria, una especie de abertura que recorría  desde su cabeza hasta sus pies, como si de un disfraz se tratara. Todavía recuerdo como su sonrisa se mantenía estática, mientras se quitaba su cuerpo sin que sus ojos pestañasen ni una vez. De él salió una sombra de aquellas que vemos y sentimos escalofríos, aquellas que forman el cumulo de pesadillas que brotan de nuestros sueños en una noche de sin sentido.

Yo no sabía qué hacer, sin embargo seguí caminando junto a él, bajando escalón por escalón hacia la primera fila del teatro. Mientras mis pensamientos me invadían como olas que golpean las rocas de un acantilado, escucho que su voz rasposa me decía que me sentara. Lo siguiente que vi fue que tomaba su cuerpo, ese traje del cual se había desprendido, y se lo colocaba mientras se sentaba en la fila detrás de mí. Mire hacia los costados y observe a todos los que se encontraban allí, no los había notado hasta ese momento, y hasta que una tenue luz comenzó a iluminar el lugar.

Todos tenían la misma sonrisa fría y estática y su mirada congelada en el tiempo, aplaudiendo un vacio escenario ya en ruinas. Sus rostros mirándose entre sí como si festejaran lo que ven y no puedo ver, aplauden hasta producirme dolor en los oídos, tanto que tengo que taparlos con mis manos, mientras observo esa escena en cámara lenta. Palma a palma, mirada a mirada, sonrisa a sonrisa pasan enfrente de mis ojos. El polvo se levanta en el teatro y cubre la atmosfera inerte que envuelve el lugar, de repente silencio, todo silencio. Y fue allí donde lo mas terrorífico ocurrió, delante mío estaban sus fantasmas mirándome, todos a mí, mientras sostenían sus manos en el aire casi juntas una de la otra en un lapso de aplauso que jamás sucedió. Sus aberturas se hicieron visibles y uno a uno fueron despojándose de sus trajes, de su humanidad, los dejaron tirados en el suelo frio y mojado por las gotas que caían del techo fragmentado por donde la lluvia podía escabullirse sin ser notada.

Uno a uno fueron levantándose de sus butacas sin hacer el menor ruido, perdiéndose en las sombras del teatro, mientras las luces iban abandonando el lugar al mismo tiempo hasta quedar en absoluta oscuridad, en el máximo silencio que un alma pueda soportar. Ahí estaba yo, sin poder entender lo que sucedía y lo único que podía hacer era salir corriendo hacia la calle que temblaba y se resquebrajaba. Corrí hacia un auto que estaba inmóvil y me escondí debajo de él hasta que la pesadilla pasara y pudiera despertarme para ver de nuevo la mañana en el mundo que conocía.

Clarise, todo el mundo es un teatro fantasma desde hace ya tiempo, -me dice Steven- Solo estamos aquí intentando contar la historia de alguien más, nos hacemos de sus recuerdos y fingimos todos en una gran obra que representamos para un público que jamás existirá. Tanto es nuestro deseo de representar un papel que terminamos sucumbiendo a él, y creemos que este mundo es la vida real. Ahora el mundo se está convirtiendo en un pueblo fantasma. ¿Lo sientes verdad? Ya no quedan más papeles que representar, ni quedan historias que contar.


Déjalo ir ya Clarise me dijo Steven mientras se daba media vuelta parado en la carretera con el sol ocultándose entre las montañas y me extendía su mano. Así que tome su mano y juntos fuimos desapareciendo con los últimos rayos de sol invadidos por la oscuridad, de este mundo al cual nos aferramos tanto. Ahora somos libres a donde quiera que vayamos.

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