Abuelo



Todo comenzó una tarde de otoño cuando escuche a mi madre decir que mi abuelo estaba muy enfermo, los médicos le habían diagnosticado una enfermedad poco usual y dijeron que solo viviría unos pocos meses. Como el menor de sus nietos, no fue una noticia que me afectara demasiado, solo lo había visto dos veces de niño y no tenía una razón de afecto que me uniera a él, no porque no fuera una persona amable según lo poco que recordaba, sino porque no lo conocía, no como lo conozco ahora. Todavía recuerdo aquella mañana que mi madre me pidió que lo visitara en el hospital y que tratara de hablar con él, algo que yo no deseaba, aunque le prometí que lo haría solo para conformarla. Claro que esa promesa la cumplí una semana después. Ese día fue un Martes cerca del mediodía, yo había ido en ese horario porque sabía que faltaba poco para que terminara el horario de visitas, así podría decirle a mi madre que lo había visitado y no tendría que estar demasiado tiempo en ese lugar.

Cuando llegue al hospital estaba un poco mojado por la llovizna que se había desatado, me
acerque hasta la mesa de entrada y le pregunte a la enfermera que me observaba detrás de su escritorio en que habitación se encontraba mi abuelo. Ella me dijo que estaba en la sala cinco. En ese momento dude en seguir adelante y huir con alguna excusa, pero algo me impulso a caminar hasta esa sala. Cuando llegue, no supe realmente si quería entrar, pero una voz desde adentro me resulto tan familiar que mi cuerpo se impulso hacia la puerta, la abrí y pase. Allí estaba él, recostado en su cama, con un aspecto algo desmejorado, pero mirando televisión y conversado con un hombre que estaba en la cama de al lado. Me acerque y antes que pudiera decir algo, el me miro y con una sonrisa me dijo: -Haz crecido desde la última vez.
-Si abuelo, le conteste, hace tiempo que no nos veíamos, perdón por no venir a visitarte antes. El con otra sonrisa, me pidió perdón por no haber sido un abuelo que estuviera con sus nietos y me invito a que me sentara a charlar. Yo simplemente quería cumplir con lo que le había prometido a mi madre y salir de ahí, pero igual me senté, estuve solo un momento y me fui inventando una excusa.

A la siguiente semana volví, diciéndome a mí mismo que esta sería la última vez, me senté junto a él y comenzamos a charlar. Cuando estaba por irme, el me tomo de la mano y me dijo que las excusas no iban a servirme siempre, que debía decir lo que pensara sin importar quien estuviera en frente, incluso un abuelo enfermo. Yo no sabía que contestar, sentí mucha vergüenza, pero también estaba enojado, ¿quién era él para decirme eso?, jamás se preocupo demasiado por sus nietos, él debió haber dicho miles de excusas para no vernos, así que solté su mano y me fui sin decir una palabra.
La siguiente semana no volví, estaba enojado, pero lo que me había dicho era verdad, así que decidí ir a visitarlo después de dos semanas. Cuando llegue a la sala pude ver que su
condición había empeorado, aunque más allá de su salud pudimos hablar bastante. Me contó sus anécdotas, sus aventuras, de cómo había viajado por el mundo, de cómo desafío a su familia, a una vida de reglas, una vida monótona, una vida sin felicidad. Me hablo de cómo conoció personas de todo el mundo, aprendió algunos idiomas, tuvo amores y desengaños, como abrazo la vida cada día como si fuera el ultimo y jamás se dejo convencer por la religión, la política o la moral de una sociedad que imponía ser uno más de la multitud.
Cuando me fui, ya no era el mismo, sentía otras inquietudes, quería saber más de él, saber más de todo, quería algo más de mi mismo, de lo que ya era. Poco a poco comencé a visitarlo varias veces a la semana y cada día aprendía algo más, me reía con él, me enojaba a veces, comencé a extrañarlo cuando no iba a visitarlo, a tener un vinculo cercano, y a comprenderlo un poco más.

Hasta entendí el porqué de su distancia hacia sus nietos. Mi padre no quería que nos viera,
porque pensaba que iba a ser una mala influencia para nosotros, y mi madre aunque nunca
estuvo de acuerdo, lo acepto y jamás dijo nada. Una tarde cuando volvía de la escuela, fui a visitarlo y la enfermera me conto que había querido escaparse del hospital, que su estado era delicado, pero que nunca había visto a alguien resistirse a dos enfermeros, con ese estado avanzado de su enfermedad. Cuando lo vi, estaba sedado y lo único que pude escuchar fue el nombre de una mujer.

Me senté junto a su cama y espere a que despertara, pensando en ese momento quien era esa persona a la que él llamaba tan desesperadamente, y con tanto cariño. Finalmente cuando despertó, le pregunte. Al principio no quiso hablar de eso, simplemente evadía el tema y comenzaba con sus vivencias o me preguntaba lo que había hecho durante los días que no nos habíamos visto. Cuando estaba por irme, él me miro y me dijo que esa persona era alguien muy especial, que siempre estuvo presente, a pesar de haber amado mucho a mi abuela. Me dijo que la siguiente semana volviera para escuchar una parte de su vida que jamás contó a nadie. Todos esos días que pasaron hasta que lo vi nuevamente, no hacía otra cosa que pensar, que era lo que tenía para contarme, algo tan privado de lo cual jamás hablo. Ese día llegue, lo salude y me senté impaciente, hasta que el me miro, me sonrió como siempre y me dijo que necesitaba un favor antes de contarme, me hizo prometerle hacer algo por él, yo en mi curiosidad por saber de su historia, le dije que sí, que fuera lo que fuera yo lo iba a hacer; entonces me dijo que lo ayudara a escapar del hospital, que ya no quería estar allí, que su vida estaba afuera, y que sus últimos momentos los quería pasar en un lugar especial para él. Sin poder articular palabras, le dije que trataría de hacerlo, y así fue como comenzó a contarme, de sus días de secundaria, de cuan felices fueron, de las amistades inseparables que formó, y de una chica, a la cual amo todos esos años de secundaria y aún después de terminarla. Claro que por cobardía jamás le confesó su amor, aunque pudo ser su amigo, entonces el amor fue compañerismo y complicidad, hasta el día que ella falleció en un trágico accidente, hacia ya muchos años.

La amistad es el amor más puro y desinteresado que puede existir, me dijo, pero es diferente del amor hacia una mujer. Aunque después de algunos años, ya era demasiado tarde para romper esa amistad y confesar algo que había quedado en el pasado. Por eso cuando ella murió, decidió comenzar a viajar, a ser esa persona que no se atrevía a ser y lo logro. Ahora que lo pienso eso fue lo que mi abuelo quiso enseñarme desde el comienzo, cada vez que me aconsejaba o me contaba sus historias. Al día siguiente tome todo el valor que pude y huimos del hospital sin ser vistos. Subimos a un taxi y con las pocas fuerzas que tenía me indico una dirección
susurrándome al oído. En ese momento me sentí feliz de poder llevarlo hasta allí, su lugar especial, aquella escuela donde todo comenzó, en aquella aula, donde él vivió y recuerda sus mejores momentos, sus amigos, su amor. Solo recuerdo verlo parado mirando el cielo de aquella noche en la que irrumpimos en aquel lugar, parado tan firme como si todo estuviera bien, su rostro brillaba de felicidad y nostalgia, una mezcla que jamás olvidare, una sonrisa cómplice de recuerdos que venían a su mente. - ¡Abuelo!, le dije, creo que ya es suficiente, se que te prometí que no volverías al hospital, pero creo que ya viste lo que querías ver y necesitas cuidados especiales, comprende por favor.

En ese momento escuche un ruido, era el sereno del colegio, mire a mi abuelo y le dije que se quedara donde estaba que iba a ir a ver qué sucedía y que cuando volviera nos iríamos, cuando me di la vuelta solo me dijo que me cuidara, que sea cual fuere la elección que tomara en la vida, si lo hacía con el corazón, con valor y sin temor, entonces nada mas importaría, que amara, que viviera y que jamás me arrepintiera de lo que creyera correcto. Así fue como mi abuelo me miro y me sonrió como si todo estuviera bien. Yo asustado fui a ver qué pasaba, y era lo que sospechaba, el cuidador del colegio había visto la puerta forzada para entrar, salí sin hacer mucho ruido a buscar a mi abuelo, pero no lo encontré en el patio, busque en los alrededores, por los lugares donde habíamos estado, y finalmente lo halle, sentado en el aula donde él me había contado todo lo que había vivido.
Me acerque y le dije, - ¡abuelo!, ¡vamos!, pero no contesto, ¡abuelo!, no es gracioso, vamos, el sereno vendrá en cualquier momento, lo tome de la mano y sentí en ese instante que el ya no volvería a responderme jamás, ya no habría historias, ni consejos, ni risas o enojos. Mi abuelo se quedo sentado sonriendo en aquella aula de aquella escuela y su respiración ya no volvió. Lloré, como nunca llore en mi vida y aún sigo llorando por él, a veces al extrañarlo, otras veces por nostalgia, y algunas otras veces de felicidad, de gratitud por todo lo que me enseño, por todo lo que me heredo. Su vida, su amor, sus historias, y sus recuerdos volverán siempre que los necesite, en cada momento de mi vida cuando me pierda y no sepa dónde ir, el allí estará para hacerme entender.



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Abuelo por Jesús Nicola se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Obra Derivada 4.0 Internacional.

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