Cazador



La noche está completamente helada y puedo sentir mi aliento congelándose en el aire. Las estrellas brillan como pequeños destellos de olvidados pasados que vuelven cada noche para recordarme que soy un cazador.
La nieve en la tierra es tan profunda que me hundo con cada pisada, duele con cada paso que doy, como agujas incrustándose en mi alma y mezclándose con el fuego de su frío.
La luna allí arriba me llama, me seduce como lo hizo con mis antepasados, como si fantaseara con acercarse cada vez más a mí. El bosque a mis espaldas, inmutable, eterno, susurrando voces de centenares de presas que fueron abatidas en aquellas noches de antaño.

El aroma del ambiente me embriaga cuando es traído por la briza nocturna en las partículas en el aire que puedo olfatear. Es dulce tanto que puedo saborearlo entre mis afilados dientes.
Mis hermanos y hermanas están cerca, puedo sentirlos, todos listos para entrar en escena. Esta noche es especial, es una noche de caza. Una vez al año nos reunimos aquí, en invierno, en la penumbra de la soledad, y dejamos que el frío nos recuerde lo frágiles que somos y lo fuerte que podemos llegar a ser. En este momento mis sentidos se agudizan y comienzan mis instintos a decirme que cerca esta lo que estoy buscando.
La noche esta aquí y es mi compañera, ella cuida de mi con los rayos de luz que me brinda la luna. Puedo sentir el frío inundar mis pulmones y el latino de mi corazón es cada vez mayor, tanto que se me va a salir del pecho.
Mis manos están congeladas por la briza que recorre cada poro de mi piel y me recuerda lo frágil que soy. Cada paso que doy es una caminata hacia la vida o hacia la inevitable muerte.

Los arboles se mecen con el viento que empieza a agitarse, y las nubes grises que sobrevuelan el cielo se acumulan sobre la luna que desaparece secuestrada. Las estrellas tampoco dan su luz y la penumbra se hace compañera de la soledad que me rodea.
En esa oscuridad que se empecina en seguirme puedo ver unos ojos que me observan entre los árboles que están frente a mí, ojos de asesino, de cazador y lo admiro por eso. Él está allí esperándome y yo estoy aquí esperándolo. Somos como dos fantasmas que deambulan por la noche, como dos solitarios que encuentran compañía en esta enemistad. Veo sus ojos que despiden furia, instinto que solo la naturaleza puede regalar, pero con la astucia de generaciones de cazadores corriendo por sus venas. Esos ojos mirándome y brillando allí con la oscuridad, diciéndome que solo uno sobrevivirá.

El también está allí, pero en la zona despejada del bosque, mirándome con sus ojos de cazador, temblando por el frio, pero con deseos de cazarme, parado sobre sus dos patas. Puedo sentir su miedo como si fuera un aroma que sale de su cuerpo y penetra en mí, puedo olerlo desde hace kilómetros, y soy el primero en llegar a nuestro encuentro.
El está allí, preguntándose lo mismo que yo, ¿Quién atacara primero? Esos ojos que solo una vida olvidada del pasado al que pertenece pudo darle. El olvido de su origen, su verdadera naturaleza. Si tan solo recordara su esencia,  no tendría por qué temer. Aquí no hay bien ni mal, en este momento que parece eterno, lo que pase solo es el resultado de lo inevitable de la vida.

Yo dispuesto a dar mi vida por mis hermanos y hermanas, y él dispuesto a morir por un juego que no entiendo, pero sé que en su interior busca lo mismo que yo, la supervivencia y el instinto del cazador. Así que aquí estamos ambos, congelados por la crueldad de la noche, solamente esperando.
De repente un disparo sorpresivo hace que mi corazón se agite como en aquellos días en que era joven y luché por el liderazgo de la manada. Mi cuerpo sale despedido como un trueno de los dioses que adoramos en la luna. Los arboles ya no son mi escondite, solo puedo pensar en una sola cosa.
¡Estoy aquí para cazarte!

Acabo de fallar en mi disparo y ahora veo como desde su escondite en el bosque aparece mi enemigo, aunque mi igual en batalla. Un enorme lobo negro se acerca hacia mí, su pelo erizado brillando con algunos rayos de luna que caen desde el cielo como un regalo de piedad, como una ofrenda para ambos.
Sus colmillos hambrientos de carne y sangre, dejan hasta escapar una leve sonrisa aunque imaginada por mí en este momento seguramente. La muerte tiene forma de lobo esta noche, y no cualquiera, un macho alfa como nunca vi antes.
Sus garras esperan ansiosas por desgarrarme ante el menor movimiento torpe que haga, y yo allí a tres metros de él, respirando el mismo aire que respira. Este es el momento del fin, solo un disparo y todo habrá acabado, solo una mordida y todo habrá terminado.

Otro disparo se escucha resonar en el silencio de la noche, un estruendo que hace eco en los rincones de nuestras almas y un aullido que trata de envolver el sonido de la escopeta.
El olor a pólvora inunda mi garganta y un calor invade mi cuerpo. Él está sobre mí, su cuerpo es tan pesado y enorme como una roca, ambos tirados sobre la fría nieve que se va tiñendo de a poco de color carmesí y un hilo rojo tenue va dejándose ver. Allí en ese momento no somos dos enemigos, estamos conectados, somos uno. Cazador y presa, indistinguibles tanto para la vida como para la muerte.


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Cazador por Jesús Nicola se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Obra Derivada 4.0 Internacional.

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